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 RAPHAEL - HOMBRE DEL AÑO 2024 - REVISTA ESQUIRE

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T O P I C      R E V I E W
Daniel Posted - 26/11/2024 : 21:03:44
Raphael es el Hombre del Año Esquire 2024 y portada del número de diciembre, que es puro lujo.

Raphael, el hombre que ha marcado el ritmo de nuestras vidas y la de nuestros padres, viene acompañado por Rodrigo Sorogoyen, Leonardo Padura, Arde Bogotá, Paco Plaza y Andoni Luis Aduriz, en un número de Fin de Año que viene acompañado por el especial El Gran Libro del Lujo.

Redacción Esquire Publicado: 26/11/2024




Si en el número de noviembre de Esquire Giorgio Armani protagonizó nuestra portada como el hombre del siglo, con nuestro número de diciembre cerramos 2024 con la portada del Hombre del Año Esquire que, además, es el hombre que lleva poniéndole música a nuestras vidas desde hace más de sesenta años: el gran Raphael. El cantante ha posado delante de nuestras cámaras como nunca le habías visto y nos ha concedido una entrevista en la que habla con el corazón en la mano. Muy pronto volverás a ver al intérprete de Mi gran noche recogiendo nuestro premio en otra ‘gran noche’ cuajada de estrellas que le arroparán






* ENTREVISTA *



Raphael es infinito: “Tengo que estar muy atento a cuando llegue el momento de decir adiós... pero todavía queda”
¿Y si resulta que Raphael es infinito? Con ocho décadas a sus espaldas, el único español con un disco de uranio (50 millones de copias) se resiste a conformarse. Esto es lo que tiene preparado para el futuro.

Por Jorge Alcalde y Javier Biosca (fotografía) y Diego Rueda (vídeo)Publicado: 26/11/2024
—¿Sigues enamorado de la música como el primer día?
—Sí.
—¿Sigues enamorado de la vida como el primer día?
—Sí.
—¿Sigues enamorado de Natalia como el primer día?
—¡Síííí!


Preguntarle a Raphael, además, si sigue enamorado de sí mismo como el primer día habría sido un ejercicio innecesario, por obvio. Se nota que lo está solo con verle bajar del coche arropado en la eterna bufanda que protege su voz. Esa voz que cumplió 81 años el 5 de mayo y que viene dispuesta a seguir llenando ‘wizinkcenters’ y liceos.

No es fácil entender lo de su voz. Puede que no tenga explicación científica. Es un prodigio de la naturaleza o el producto de un trabajo incansable. Un milagro genético o una azarosa configuración de cartílagos y cuerdas vocales. O son todas esas cosas al mismo tiempo. “No ha parado de trabajar ni un día”, dicen quienes le rodean. “Es de esos artistas que se levantan cada mañana pensando en el trabajo de esa jornada, de los que llaman con ritual estajanovista a la oficina como si fuera un joven que necesita presentar su primera maqueta”. Cuentan que da igual que llene cinco veces seguidas el Gran Teatre del Liceu o reciba un disco de uranio (solo cuatro artistas más lo han recibido), su siguiente reflexión siempre es: “Y, mañana, ¿qué?”. Raphael no puede parar y el fenómeno de su voz es milagro esculpido en constancia. Quizás también en una buena y comprensible ración de ego.

Elige la ropa que usará en la sesión con Esquire y no puede evitar seguir mirando de soslayo el espejo como si fuera a salir de casa para encontrarse con una primera novia al comienzo de una gran noche. Da su mejor perfil y convence a la concurrencia de que, claro que sí, sigue enamorado de sí mismo como el primer día.

A Raphael le van a pasar muchas cosas en cuanto salga de esta entrevista. Va a recibir el título de doctor Honoris Causa por la Universidad de Jaén (La ceremonia hubo de ser pospuesta en señal de duelo por la DANA en Valencia. De hecho también va a actuar en el festival a beneficio de los afectados.) Va a lanzar su último disco, Ayer… aún en el que rinde por primera vez un homenaje monográfico a la chanson francesa. Va a terminar el año girando por Bilbao, Sevilla y Madrid y va a recibir el premio Hombre del Año de Esquire entre concierto y concierto.


“Yo siempre canto pensando en qué le va a gustar al público. Y no me he equivocado nunca. Nunca”



Jersey de Pedro del Hierro, cárdigan oversize de Zegna, pantalón de Boss y botines (en todo el reportaje) de Raphael.


París, la música, la sala Olympia han estado unidos a tu carrera desde los mismos inicios. Pero no te habías entregado a la canción francesa en un disco completo hasta ahora.
Y es extraño que haya tardado tanto. Mi relación con la chanson es de toda la vida. He sido un auténtico fanático de esos artistas. He cantado grandes éxitos de Francia en los primeros tiempos. Ma vie, por ejemplo. Pero no se me había ocurrido dedicarles un disco. Adoro a los chansonniers, porque son maestros en el escenario, más que un cantante en inglés. Así que me he decidido a grabar un disco donde están todos mis ídolos: Bécaud, Aznavour, Piaf, Brel…

¿Dónde nace tu conexión con ellos?
No parece lógica porque yo soy andaluz, y no viví en Andalucía porque mis padres con nueve meses me trajeron a Madrid. Así que soy madrileño nacido en Linares. Y sin embargo desde muy niño me he sentido atraído por la copla y por la canción francesa. Ya me dirás tú qué tiene que ver la una con la otra. A la copla le dediqué hace años la grabación de Andaluz. Y ahora vengo a cumplir el otro sueño con la chanson.

El disco es valiente: incursiones en francés para un público más acostumbrado a los grandes éxitos en inglés o latinos, canciones de los 50 y los 60 para audiencias del siglo XXI...
Con el idioma siempre he estado familiarizado porque yo imitaba a aquellos ídolos desde joven, a mi manera. Y el material es un tesoro porque pertenece a la década dorada de la música francesa. Imagina qué títulos tengo entre manos: La vie en rose, Ne me quitte pas, Et maintenant… Hoy no se hacen canciones así.

¿Y el público de hoy cómo crees que va a recibir este viaje de nostalgia a la francesa?
Al público moderno esto le encanta. A la audiencia de hoy en día le gustan las fronteras de todo. Y la canción francesa le va a encantar tanto como le gusta el rock. Yo siempre canto pensando en lo que le va a gustar a la gente. Y no me he equivocado nunca. No-me-he-equivocado-nunca…

¿Cómo es eso de cantar con Édith Piaf?
La leche… lo más. Cuando hice tangos me permití el lujo de cantar virtualmente con Gardel. Y ahora me he permitido cantar con Piaf.

¿Llegas a pensar realmente, durante la grabación, que estás cantando con ella?
Ella siempre está. Los grandes siempre están a mi alrededor.

Un artista con tu años de carrera, ¿qué tiene aún que demostrar?
Tengo que demostrármelo todo a mí mismo, cada día. Porque tengo que estar muy atento a cuando llega el momento de decir adiós. Ese momento no está cercano, pero llegará. Y yo tengo que estar preparado para eso, que no lo estoy. Si me preguntas cuándo… pues te diré: jamás.

Pero ¿qué síntomas crees que te indicarán que el momento de decir adiós ha llegado? ¿Cómo te lo imaginas?
Lo sabré perfectamente. Sencillamente, lo sabré.

¿Qué es el futuro para Raphael?
Un tiempo muy brillante. He aprendido mucho y la voz está ahí, perenne, día y noche. Y aún tengo que aprender. Este es un oficio que no se aprende nunca del todo.

¿Qué te falta por aprender?
Cada vez que doy un concierto el público me va dirigiendo, me va enseñando el camino a seguir con sus aplausos. Y cuando veo que me he equivocado tengo aún la capacidad de aprender y corregir.

¿Y qué haces para sorprender?
Yo innovo todos los días. Yo no canto dos veces de la misma manera. Mi estado de ánimo se refleja en cada momento.

¿Crees que tu música está de moda?
No me importa lo que esté de moda o no. No me interesan mucho las modas. Si me importaran yo no habría grabado tangos. Y es indudablemente el mejor disco que he hecho. El tango fue una revelación para mí y no era precisamente una música de moda.

Cuéntanos cómo surgió aquella reve­lación que te llevó al tango.
Es una historia curiosa. Yo había cantado un tango hacía mucho. Tras mi primer viaje a Argentina en 1967, al finalizar la gira, intervine en un programa de televisión con Manuel Alejandro al piano. Y como agradecimiento por el cariño que había recibido se me ocurrió cantar Nostalgias. Y ahí quedó todo. Años después trabajé con un pianista argentino que me preguntó: “¿Por qué vos nos cantás nunca tangos?”. Yo le dije que no sabría cantar esa música, que nunca lo había hecho. Y él sacó el ordenador y buscó la grabación del 67 de la que ya ni me acordaba. Eso me convenció y de ahí salió el disco más bonito que tengo, eso se lo discuto a quien quiera. No me he atrevido a hacer más.

¿Tú te consideras moderno?
Supermoderno. Siempre lo he sido. Yo no tengo que seguir el ejemplo de nadie. He luchado en cada momento por ser diferente.

“Aznavour, Gardel, Piaf... los grandes siempre están a mi alrededor”



Jersey de cuello alto de Mirto, esmoquin de Paul Smith y abrigo de Herno.


Raphael fue el pionero de una larga lista de artistas de la España en blanco y negro que luego han sido acogidos por los popes de la modernidad del siglo XXI. En eso se adelantó al furor contemporáneo de otros compañeros y compañeras de reparto como Lola Flores o Sara Montiel. Le han adoptado personalidades de la cultura de hoy, desde Alaska a Miss Caffeina o Arde Bogotá. Antonio García, de Arde Bogotá, lo ha dejado incrustado en la letra digital de TikTok: “Si Raphael canta Los perros, se cae el WiZink Center”. “Rapha, eres el puto amo”, escribió en una pancarta inverosímil uno de los casi 50.000 asistentes al festival Sonorama de 2014.

¿Sigues considerándote un revolucionario también?
Lo sigo siendo. Yo no he cambiado. Lo que cambia es el público. Yo he descubierto que ahora estoy cantando para cinco generaciones. Y eso es una barbaridad. Normalmente los artistas son de su tiempo, de su época. Yo tengo público de cinco épocas distintas. Es un milagro.

¿Dónde reside el secreto de ese milagro intergeneracional?
Yo creo que los padres y los abuelos han dicho a sus hijos y nietos: “¿Has visto a Raphael? ¿No? Pues vete a verlo…”. Me di cuenta cuando hice Sinphónico y Resinphónico. Yo no soy de los artistas que miran detrás del telón a ver cuánta gente hay en las butacas. Pero un día tuve la curiosidad de mirar qué gente había ido a verme cantar con una orquesta sinfónica. Y allí estaban cinco edades distintas. Me quedé de piedra.

¿Qué es el ‘raphaelismo’?
No te lo sabría decir. Yo no soy ‘raphaelista’. Si ni siquiera me pongo a escucharme. Solo me escucho en directo.

¿Crees más en los dones innatos o en el trabajo?
Si no tienes un don, una chispa especial, no puedes llegar adonde yo he llegado. Luego tienes que trabajar duro. Pero sin ese regalo de nacimiento…


“Tiemblo de pensar que el público pueda salir del teatro un día y diga: ‘Este tío siempre hace lo mismo’”



Sombrero de Ana la Mata y traje de Gucci.


Dijo Luis García Gil que, llegado un momento en su biografía, Raphael pasó a situarse definitivamente más allá del bien y del mal. Igual que los corredores de maratón han de pasar el muro del desfallecimiento para correr los últimos kilómetros impulsados por alas de adrenalina invisibles, este gigante del escenario supo encumbrarse por encima de los prejuicios que le asolaron en cuanto cayó el franquismo (que se había agarrado a su figura eurovisiva) y ciertas audiencias lo quisieron dibujar como un símbolo del pasado. Fueron años de incertidumbre y, por qué no decirlo, crisis en su carrera personal en los que parecía que un español debía ser de Raphael o de Serrat en función del lado de la cama por el que se levantaba. Él no lo puso fácil, dicho sea de paso, porque nunca dejó de ser como era. Como es. Su manierismo en el escenario, que había sido aceptado desde el principio de su carrera como un valor añadido de inusual unanimidad, comenzó a cuestionarse por extraño, por “incoherente” (decían), por poco “masculino” (decían). ¡Qué paradoja! España daba sus primeros pasos hacia la libertad cuestionando hipócritamente al que durante la dictadura fuera quizás el artista más libre. Hizo lo que le dio la gana en los 60, lo hizo en los 70 y lo seguirá haciendo hasta que el final, como él dice, “me pille donde me pille”. Francisco Umbral, del que nunca se supo si le amaba o le odiaba y que le llamaba “Rappa”, dijo al referirse a él que nuestros artistas son apolíticos: “Son ‘artizta’, y basta. Por eso hoy hace galas para la reina democrática como antes las hacía para la dama de negro”.

En paralelo a los millones de exégesis que se hicieron de sus gestos, de imitaciones más o menos afortunadas de sus andares, de disquisiciones sobre la sexualidad de una mano girando al aire, su voz no dejaba de recibir el elogio del mundo entero. Eso no se discutió jamás. No se discute. “Desde que asomaste la nariz, supe que ibas a llegar lejos”, le dijo Charles Aznavour. Tan lejos como para reventar Latinoamérica, conquistar Nueva York y seguir siendo aún a día de hoy uno de los artistas internacionales más venerados en la antigua URSS. Tan lejos como para convertirse en uno de los cantantes más longevos del planeta musical. “Mick Jagger y yo arrancamos casi al mismo tiempo, pero él nació dos meses más tarde”. Tan lejos como para que su nombre esté inscrito en la nómina de receptores de un disco de uranio junto a solo otros cuatro: Michael Jackson, Queen, U2 y AC/DC. Tan lejos como le permitió llegar un malhadado hígado que hubo de cambiar por el de otro ser humano en 2003 y del que no rehúsa hablar. Se lo destrozó cuando trataba de dormir en solitarios hoteles lejos del hogar, sustituyendo los brazos de la familia por los brazos del minibar. “Fíjate, todo por tratar de dormir”. ¿Hoy duermes bien? “De maravilla, con mis pastillas, pero de maravilla”.

¿Te sientes cómodo en la actual industria musical?
Ha cambiado mucho la industria… no precisamente para bien. Yo recuerdo cuando Tomás Muñoz [mítico productor fabricante de iconos musicales] me trajo el primer CD. Lo primero que pensé es que eso lo iba a copiar todo el mundo. Y así fue. Al poco tiempo empecé a ver por primera vez que mis discos se vendían en las playas, había copias del Tamborilero por todas partes. En ese momento la industria de la música cambió para siempre. La historia del disco llegó hasta ahí.

¿Crees que hoy es más fácil triunfar que antes?
Hoy hay más oportunidades, más medios. Yo tuve que salir adelante en un tiempo en el que ni siquiera tenía micrófonos decentes. Mi estilo de moverme en el escenario huyendo de los micrófonos viene de allí. Sonaban tan mal que hacer un concierto en vivo era un suicidio. Yo inconscientemente empecé a cantar sin micro y la gente se volvía loca. Y así empecé a ser yo… huyendo de los micrófonos.

Hoy en día, ¿qué te satisface más? ¿Un disco de uranio, un aplauso de diez minutos, una gran crítica al día siguiente...?
Lo que más me llena es que la gente que está a mi lado, la familia, el equipo, al terminar un concierto, te digan que has estado mejor que ayer.

¿Te dejas aconsejar por la familia?
Sí. Mis hijos ahora que son mayores y mi mujer desde que nos conocemos me han aconsejado. Y yo les hago caso.

¿Quién es el verdadero Raphael, el que está arriba en el escenario, el que está grabando un disco… o el que está en casa por las noches en zapatillas?
Siempre el del escenario. Ese es el Raphael de verdad, el que no piensa las cosas para quedar bien. El que sale y va a por todas

“Mañana me volveré a levantar para descubrir que sin cantar no eres nadie”



Camisa blanca de cuello mao y esmoquin de Loro Piana.


De manera que este Raphael que tenemos delante no es, en el fondo, el verdadero. Porque puede que no haya una sola encarnación del artista más especial que ha parido esta tierra. Habrá que buscar su esencia asperjada como agua bendita en los escenarios donde no ocurre nunca lo mismo dos días seguidos.

Durante un tiempo, el ‘verdadero’ Raphael aparecía en las pantallas de cine y se convirtió en un miembro más de la familia de millones de españoles. Como ocurrió con tantas otras estrellas de la canción del momento, él también tuvo su idilio con la gran pantalla. Pero Raphael no podía hacer las cosas al modo de los demás. El cine ‘raphaelista’ también es diferente. Nació a lo grande, de la mano nada menos que de Mario Camus, y creció en un indefinido territorio entre el musical, el drama y la tragedia. Los cantantes de la época, cuando hacían cine, solían interpretar el típico papel de artista hecho a sí mismo, capaz de sobreponerse a los obstáculos de productores ignorantes, colegas envidiosos y novias despechadas. Quizás hubo dos personalidades que escaparon como ninguna a ese cliché. Manolo Escobar, con su innegable habilidad para convertir en autoparodia sus guiones, y Raphael, con su incapacidad patológica de hacer las cosas a la manera convencional. Los personajes de su primer cine llevaban en el rostro la sombra del perdedor porque en casi todos rezumaba el peso de un pasado humilde. La lucha de esos protagonistas no es contra la industria o contra el amor despechado... es contra el destino que tienen marcado a fuego los menesterosos. Resulta difícil encontrar una definición más ajustada de melodrama que su interpretación de Balada triste de trompeta vestido de payaso en Sin un adiós, de Vicente Escrivá.

Hay algunas cosas en el universo que solo pueden pasarte si te llamas Rafael Martos y has nacido en Linares en 1943. Por ejemplo, que una película tuya sobre el drama de dos hermanos que viven destinos dispares a ambos lados del Atlántico que se rodó en Argentina y se tuvo que doblar al español ibérico, termine doblándose también al ruso y te conviertas en un fenómeno de masas en la capital del comunismo global. Ahí tenemos a Raphael llenando locales en la fría URSS, cuando ni siquiera había relaciones diplomáticas con la España franquista.

A Raphael su madre le metía en los cines porque “era el único sitio donde estaba
quieto”. No está claro que en sus papeles haya podido incorporar todo lo que entró por sus ojos infantes admirando a Joan Crawford o Bette Davis. Lo que sí ha confesado es que quizás no haya tenido nunca la suerte de tener su papel soñado. “Creo que no se supo que yo podía tener un camino en el cine sin necesidad de cantar”, declaró a la revista Fotogramas. Su destino estaba marcado, en cualquier caso, desde la infancia. Él mismo cuenta que a los nueve años, viendo La vida es sueño en una carpa de Cuatro Caminos, decidió que iba a ser actor. Necesitaba imperiosamente subirse a un escenario. Pero resultó ser un niño con demasiada voz como para ser solo actor. Y su pasión por la escena era demasiado grande como para ser ‘solo’ un cantante.

En los 70 dejó de hacer papeles protagonistas. De hecho en varias ocasiones confesó que solo volvería a hacer cine cuando “mi cara sea un poco más vieja y pueda hacer papeles de persona más mayor”. Quizás lo más cerca que estuvo de un papel a su medida fue su última interpretación en la más loca (¿la más brillante?) de sus películas: Mi gran noche, un empeño titánico del hiperbólico Álex de la Iglesia donde el hiperbólico Raphael se muestra en su salsa convertido en una suerte de villano de tebeo con estética de gurú posmoderno. La televisión, Nochevieja y unos imposibles estilismos hacen el resto.

¿Volverás a hacer cine?
Volveré, sí. Pero siempre he querido hacer películas muy especiales. No hacer cine porque sí.

¿Qué tiene que tener un proyecto para que te atrape?
Estamos buscando un proyecto que sea diferente, especial. Mi hijo y yo ya tenemos una idea en la cabeza. Y la haremos, la haremos.

¿Y piensas dirigir?
No, no, no. Eso mi hijo. Zapatero a tus zapatos. Yo, a dar la cara, y Jacobo a dirigirla.

“No me arrepiento de nada. Es que todo me ha salido bien. Y lo que me salió mal, lo arreglaron”



Camisa de seda y americana de paillettes de Tom Ford.


Pero si algo le debemos al cine de Raphael es un título. Una canción que puede que sea el símbolo del legado del jienense y que por ello escogió Álex de la Iglesia para darle título a su film: Mi gran noche. El cantante siempre ha situado el tema en el póker de sus mejores interpretaciones junto a Digan lo que digan o Yo soy aquel. Uno de sus pocos grandes éxitos que no salieron directamente del genio de Manuel Alejandro (aunque hiciera los arreglos). Se trata de una reinterpretación de un tema de Salvatore Adamo: Tenez-vous bien. En el original, la letra evoca la decisión de un joven de marcharse de casa e independizarse “dejando atrás sus principios”. El Adamo que tenía a Europa acostumbrada a sus canciones de amor y azúcar se desata con un canto al despiporre. “Agarraos, muñecas, que esta noche estoy como loco”.

La versión ‘raphaelista’, adaptada por Rafael de León para la cara B del single de Digan lo que digan, es más acorde a la España de 1969: “Podré cantar una dulce canción a la luz de la luna y acariciar y besar a mi amor como no lo hice nunca”. Mucho más aceptable para cualquier oído pío. Aun así, el tema se ha convertido en un ingenuo himno del frenesí, repetido hasta la extenuación en radios y discotecas, versionado por artistas de toda índole (imprescindible la versión de Fangoria), trasformado en hit tecno, enlatado en el Chiringuito de Jugones y elevado al olimpo de las canciones más deseadas en cualquier concierto.

¿Cómo es una gran noche para Rafael?
Esa en la que estás maravilloso de voz, que la familia te ha dado la sorpresa de ir a verte, que la gente está divina. Hay muchas grandes noches.

¿Como las del Liceu este año?
En las dos noches en Barcelona he experimentado hasta qué punto una noche puede ser maravillosa. Salir al escenario y sin ni siquiera haberte llevado el micrófono a la boca tener que parar porque el público en pie lleva dos minutos aplaudiendo. ¡Cómo se puede ser tan generoso para recibirte así cuando todavía tú no le has dado nada!

El éxito es fácil de gestionar… pero ¿cómo has gestionado el fracaso en la vida?
¿El fracaso? Yo no huyo de los problemas y los malos momentos. Un fracaso podría haber sido no haber sabido afrontar algo tan radical como un trasplante de hígado. Y mira, lo afronté como hago con todo: tirando hacia delante.

¿Tienes miedo a tener que enfrentarte alguna vez a un momento tan crítico en tu vida como aquel?
No. Se me olvidó. Pero indudablemente me cuido mil veces más desde entonces. Eso fue una gran lección.

Con Édith Piaf cantas No me arrepiento de nada. ¿En la vida real te arrepientes de algo?
Me gustaría quedar bien contigo y decirte que sí. Pero en realidad no me arrepiento de nada. Es que todo me ha salido bien. Y lo que me salió mal, lo arreglaron. Sería muy ingrato si te dijera lo contrario. Yo he trabajado mucho para que saliera todo bien, y creo que me ha salido todo muy bien.

Raphael, tenemos que terminar con una de tus frases favoritas: “Y, mañana, ¿qué?”.
Pues mañana volveré a levantarme para empezar otra vez. Yo siempre que me invento algo es para volver a empezar sin renegar de las cosas bien hechas del pasado. Cometer menos errores. Comprobar que tú sin cantar no eres nadie y que tienes que seguir.




* Este artículo aparece publicado en el número de diciembre de 2024 de la revista Esquire.

Maquillaje y peluquería: Fidel Fernández (Another Artists para Dior Beauty y Keune Hair Cosmetics) · Asistente de fotografía: Álvaro Tomé · Asistente de estilismo: Martina Tacchini · Editora gráfica: Carolina Álvarez Plaza · Producción: Marta Sánchez

















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* Este 11 de diciembre de 2024 ha sido la entrega de los Premios Esquire Hombres del año 2024, en la Real Fábrica de Tapices de Madrid.

Raphael acudió acompañado de su nieta Manuela, la cual fue la encargada a su vez de entregarle el reconocimiento.








* VÍDEO LLEGADA RAPHAEL
https://www.europapress.tv/reportajes/931713/2/photocall-premios-hombre-ano-esquire-2024 (Ver a partir del minuto 5:38)


* VÍDEO DE RAPHAEL DIRIGIÉNDOSE A LA PRENSA:
https://www.europapress.tv/reportajes/931707/1/raphael-desvela-truco-estar-escenario-mas-tres-horas









Raphael

Ha sido el Hombre del Año 2024 porque su música es la banda sonora de nuestras vidas, porque sus canciones son himnos nacionales e internacionales, porque sin él no seríamos los mismos y porque ha vuelto a sacar un disco, esta vez un homenaje a la canción francesa, ‘Ayer… aún’, que es, y van mil, una auténtica delicia. Raphael es infinito.





















Raphael con su nieta Manuela
















Saludos


2   L A T E S T      R E P L I E S    (Newest First)
Cami Posted - 30/11/2024 : 10:17:19
Muchas gracias Dani por este suculento reportaje. ¡¡De lujo!! A ver si la pillo por algún kiosko aunque cada vez es más difícil encontrar kioskos.
Besos
Cami
alicia Posted - 28/11/2024 : 13:06:14
WWWWWWWWAAAAAAAUUUUUU!!!!!!!
Muchas gracias Dani!

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